por Alfonso Orejel
Poeta y cuentista de Los Mochis, Sinaloa.
De todos los placeres existentes quizá el mas sutil e inquietante sea el placer de la mirada. Placer que es, a la vez conocimiento. Porque a través de la mirada el hombre palpa el mundo, intima con la materia, descubre el orden del universo. El primer vínculo del hombre con el medio que lo rodea se da a través de la mirada. En el ojo recién abierto gobierna el asombro. Allí cae el rostro de la mujer amada por vez primera, el reino fundado por la tarde, la mariposa que torpemente vuela. Cada ser va tomando vida dentro del ojo. Cada cosa busca presurosa su centro.
Pero el hombre olvida y se le enturbia su sentido. La costumbre, la indolencia, el hartazgo lo ciegan. Entonces debe aprender a mirar de nuevo. Mirar con mayúsculas; tocar la entraña de esa realidad que no puede ser observada de manera superficial. El espectador ha de aprender la difícil tarea de Mirar; de que su mirada piense y goce lo mirado. Un mirar que es reflexión, un mirar que es gozo.
El fotógrafo sabe este secreto. Usemos este vocablo técnico tras el cual se oculta el artista plástico, el autor de imágenes detenidas en el tiempo . No es el mejor sustantivo pero designa una realidad común y cotidiana. El fotógrafo tiene la desmesurada misión de congelar el instante, de asir un trozo de tiempo, de capturar por un solo momento el rasgo único e irrepetible de un rostro. Un gesto que sea representativo de un modo de existir; el leve movimiento de una hoja que revela el misterioso sino de todos los árboles arraigados en el planeta; la bellísima silueta de una mujer que ha cultivado un encanto desconocido.
José Rodríguez Macías es el nombre que usa este artista para deambular por esta tierra que nos soporta y que hemos tenido que pisar. Nació en la ciudad de México, pero solamente le pertenece a la patria inasible de los artistas plásticos. Ha montado su obra fotográfica en tres secciones. Tres temas que son tres registros. El ojo ojea este tríptico. El primer tema es el cuerpo femenino, la forma más feliz que debe emplear la desnudez para expresarse. El cuerpo capturado en formas deliciosas. Mostrando la infinita gracia que significa el ser mujer, el milagro ordinario d vivir rodeado de estos seres que hacen necesaria y fundamental la vida misma.
Contemplamos vírgenes sacrificadas, bellas durmientes humedecidas por el sueño, ninfas liberadas de las ataduras morales, pieles acariciadas por la luz , paisajes desolados por el deseo, sombras de las que brotan cuerpos de mujer.
La siguiente ojeada está dirigida hacia el universo étnico. Mirada que es un intento de volver al pasado, de recobrar un puñado de raíces que creemos nuestras, pero que tal vez ya no nos pertenecen. Es un tema que ha sido visitado con frecuencia y que por lo mismo corre el riesgo de convertirse en un lugar común. En él aparecen semblantes coloreados por el sol, rostros tallados por el tiempo, ícaros de piel morena, sonrisas despegando de unos labios femeninos, danzas para alejar la muerte, máscaras para engañar al día, árboles dramatizando el firmamento.
La última ojeada comprende un mundo poblado de inmensos volúmenes de hormigón, desafiantes cilindros buscando el cielo, músculos de obreros en tensión, silencios de metal, arterias de concreto abiertas por el suicida, un par de zapatos tenis aguardando con paciencia el regreso de su morador, esqueletos de moles inconclusas, prisioneros de varilla donde se confían los trabajadores, escandalosas superficies de acero.
Son tres territorios donde nace la mirada. Tres ejes sobre los cuales gravita esta breve colección de imágenes. Tres maneras de capturar el instante. Y cada imagen genera múltiples posibilidades de lectura. Estas palabras sólo ofrecen una de ellas. La obra de arte se enriquece en la medida en que se multiplican los sentidos. Por supuesto, el espectador de esta muestra tiene la absoluta libertad para formarse su propia versión.
Que la mirada rasgue la noche, penetre en el alma de las cosas.
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